Maestro para los menores, interlocutor con los padres, compañero de juegos... el primogénito cumple un sinfín de funciones en una familia aunque los expertos advierten sobre el peligro de sobrecargarlos de responsabilidad
Sira aún recuerda cómo se rebelaba cada vez que su madre le
decía aquello de «llévate a tu hermana» cuando salía a jugar con sus
amigas. «La mayor es la que abre camino. He tenido que pelear todo lo
que ya le ha venido dado a mi hermana», asegura esta joven de 27 años
que se describe como «mucho más responsable y respetuosa con mis padres»
que su hermana María, «más rebelde y también más valiente». Aún hasta
hace unos meses que convivía con ella se preocupaba si llegaba tarde por
la noche. «Tengo los miedos de los padres», confiesa ahora entre risas
al tiempo que agradece que al llevarse solo dos años con la menor no
haya tenido que ejercer «de segunda madre obligada como otras que
conozco».
Ser el primogénito marca. Ejemplo para el pequeño,
compañero de juego, interlocutor... el primogénito cumple mil y un
funciones dentro de una familia. «Es un plus activador de los procesos de desarrollo, un maestro en habilidades motoras y un modelo de imitación», señala Enrique Arranz,
catedrático de Psicología de la Familia de la Universidad del País
Vasco y autor del libro «Psicología de las relaciones fraternas»
(Herder).
«Debido a la cercanía a los padres y a que a veces actúan
de interlocutores entre ellos y el resto de los hijos, los mayores
desarrollan formas de inteligencia más convencionales, más adaptadas a las normas, más académicas», explica el catedrático de Psicología, que aprecia en los hijos mayores «una mayor tendencia al ejercicio de la autoridad» ya que es «normal» que los padres la deriven en ocasiones hacia el primogénito a partir de cierta edad.
«No se debería dejar solo a un hijo al cuidado del hermano en casa un rato antes de los 13 años»,
estima, porque para un niño de 7 u 8 años «sería una responsabilidad
que le sobrepasaría en el caso de que ocurriera algo». En cambio, sí se
le puede encargar su cuidado durante un rato en una habitación ya que
haría de correa de transmisión en caso necesario.
El psicólogo advierte de que hay que tener cuidado para no sobrecargar al mayor con la obligación de cuidar del pequeño,
un riesgo que aumenta la imposibilidad económica de algunas familias de
pagar una ludoteca o a una persona para que cuide de los hijos. «Hay
que observar si el niño da muestras de estar estresado o agobiado o
empieza a rechazar este tipo de delegaciones», indica. El exceso puede
provocar un «efecto rebote» que lleve a desarrollar posiciones
totalmente contrarias, según indica el experto.
El pedagogo Jesús Jarque,
autor de «Celos y rivalidad entre hermanos», prefiere hablar de
«colaboración». «El mayor no es el responsable del hermano pequeño
porque ser responsable significa "responder por". Puede asumir algunas
funciones que dependerán de la edad del mayor, la diferencia que exista
con el hermano y la edad de éste», señala.
Rivalidad entre hermanos
«Nos queremos mucho y nos llevamos bien, pero también nos
hemos pegado mucho», admite Sira. Algo completamente normal a juicio de
Arranz: «La rivalidad va a ocurrir. Los humanos somos animales
territoriales, lo que pasa es que nuestro territorio son los afectos».
Quien tiene hermanos, continúa el psicólogo, «dispone de una escuela de resolución de conflictos en su propia casa»,
una contribución más que enriquece y potencia el desarrollo psicológico
si los padres los gestionan bien con estilos educativos democráticos.
«Lo ideal es que cada hermano tenga un espacio propio en la familia y
si no, se lo busque. No tenerlo puede ser motivo de celos o incluso de
desarrollos descompensados de la personalidad», advierte el autor de
«Psicología de las relaciones fraternas». Si utilizan como estrategia
educativa comparar a uno con otro «están negando al que comparan para
mal un espacio propio, están estableciendo qué es lo perfecto cuando
deben admitir la diversidad y reconocer las diferencias para que cada
uno tenga su espacio», subraya.
Los padres «utilizan las comparaciones para motivar, pero
no son efectivas, sobre todo si son continuas», asegura en este punto
Jesús Jarque, que coincide con Arranz en que se debe otorgar un trato
diferencial a cada hijo. «No hay que tratarlos por igual sino favorecer la impronta de cada uno y
mantener con cada uno momentos de exclusividad». En caso de peleas,
Jarque aconseja «intervenir lo menos posible» e intentar que sean los
propios hermanos los que lo resuelvan.
Fuente: Publicado por M. Arrizabalaga en ABC.es
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